Entonces se iba a bajar del coche que yo pilotaba y dijo “a ver, gírate”. Yo, sin soltar las manos del volante -soy de esas-, moví la cabeza y llevé mi nariz hasta casi rozar el reposacabezas.
-Vale, se marca.
El mérito era lograr que la cicatriz de mi labio superior y la arruga que forma mi gesto sonriente dibujase un aspa en mi cara. Un aspa que le había confesado que aparecía cuando las cosas iban bien.
La cosa va bien.