Juro que no pensaba escribir nada sobre la fecha que hoy padecemos en la capital. Juro que fue por miedo a remover o por el de parecer demagoga en este día, que siempre sale el que te dice “te tienes que acordar de esos trenes todos los días, no sólo el 11 de marzo”. Y juro que para mí es un tema delicado.
(Auto)juré y (auto)perjuré hasta que un post de Jorge Bustos me hizo recapacitar anoche. El autor habla de un tabú sociológico hacia los atentados, un tabú de una generación que lo recuerda con 10 años vista y que cuando lo alude escoge la licencia de nombrarlo con el eufemismo 11-M antes que por un nombre más certero y conciso: atentado terrorista.
Entre las muchas preguntas que aún hoy se lanzan sobre este día, habrá una persistente que en cada víspera alguien te lanzará, o seguro que te (auto) plantearás. ¿Dónde estaba yo?
Y te acordarás.

¿Y qué cambió en tu vida desde entonces?, añado yo a mi batería personal de preguntas, que aumenta (de cantidad y existencialismo) si voy en un transporte público como el que un año después empezaría a coger y aún no he soltado. Probablemente nada hasta 2006, cuando ‘Jueves’, Murphy y mi Ipod nano se aliaban para encharcarme los ojos en El Pozo y en la floral Atocha; probablemente nada hasta 2006, cuando el E1 picaba de noche y veía la luz en la ciudad con la edad media más baja de Madrid; la ciudad donde un violinista te transportaba a los mejores cuentos infantiles; y la ciudad que una mañana no tuvo final feliz, porque faltaban personajes.
No puedo contestar a mi (auto) pregunta sin reconocer cómo mi madre aquel día fue más madre que nunca. No mía, que estaba en el colegio en plenos exámenes de evaluación, pero sí de todos por los que apenas probó bocado cuando yo llegué a casa, percatada de la magnitud de la catástrofe porque ninguna mirada se desviaba del televisor. Recuerdo una imagen que fue el principio de un hábito que me impuso cuando rebasé el corredor del Henares, dar una llamada perdida cuando llegase a (mi) Ciudad Universitaria. Era su forma de acallar esa imagen de bomberos y servicios de emergencia recogiendo móviles sonando en las vías. Decenas de ellos.
***
El día de después llovió.
La lluvia aumentó, sin hacer falta, el decoro de ese viernes, cuando España salió a la calle y yo me sumé después de jugar un partido de voleibol aplazado, con crespón negro, en un polideportivo que precisamente hoy lleva el nombre de un entrenador alcarreño fallecido.
Y a nadie le importará qué hacía yo el 11-M, soy consciente, pero es que Mario me lo ha preguntado por mail y yo lo he (auto) recordado.
Aquel día, hacias/mos un examen en el que una de las preguntas era: La dictadura de Primo de Rivera, lo recuerdo como si fuese ayer.
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Nunca se debe de olvidar.
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Está bien escribir. Casi y tanto o más que hablar. Hay que reconciliarse con las heridas y con el pasado. Sigue escribiendo tú también 🙂
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